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Carlos López Urrutía, El Real Ejército de California 

CAPITULO NUEVE

LA PRIMERA DECADA DEL SIGLO DIECINUEVE

España dominó el territorio de California hasta 1821. Desde fines del siglo anterior se nota una tendencia hacia la desorganización del sistema que se acentúa con los sucesos revolucionarios de México ocurridos en 1810. Tres elementos negativos hacen su aparición en los primeros diez años del siglo. Estos son:

1) La decadencia del sistema militar y administrativo. Primero, algunas dificultades surgidas en México como motivo de las guerras en Europa durante las postrimerías de la administración colonial y los cambios de virreyes hacen que decaiga el interés por California. Es así como se tardó mucho en nombrar un gobernador en propiedad. Arrillaga se quedó en Loreto y Alberni era sólo comandante de armas. Un nueva división política tuvo poco o nulo efecto en el sistema. Los presidios no se renovaron y el deterioro de las defensas costeras fue en aumento pues nos se destinaban recursos a su mantenimiento.

2) La interrupción causada por los movimientos independientes. El movimiento insurgente de 1810 capturó San Blas lo que puso en duros aprietos al sistema de abastecimiento de la provincia. La falta de comunicaciones con México durante este período lesionó para siempre el sistema militar.

3) La intromisión y agresión por elementos foráneos. Desde comienzos del siglo empiezan a aparecer con más y más frecuencia buques cazadores de nutrias que vienen cargados de mercaderías que usan para el contrabando, sobornando a veces a los guardias locales. Luego aparecen los rusos que se establecen en parte del territorio cuya soberanía española era reconocida por las otras potencias europeas. Finalmente, ocurren los ataques de corsarios a naves que hacían el comercio con California y el ataque y ocupación de Monterey por parte de corsarios argentinos.

El establecimiento militar hasta 1810

La plana de oficiales para Alta California a comienzos del siglo XIX era la siguiente:

Gobernador: Capitán José Joaquín de Arrillaga, residente en Loreto
Comandante de Armas: Teniente Coronel Pedro de Alberni, residente en Monterey, Comandante de la Primera Compañía Franca de Cataluña
Cirujano
: Juan de Dios Morelos

Real Presidio de Monterey:
Comandante: Teniente Raimundo Carrillo
Alférez: José de la Guerra
Sargento: Macario Castro
Habilitado
: Raimundo Carrillo
Real Presidio de San Francisco
Comandante: Capitán José Darío Argüello
Alférez: Luis Argüello
Sargentos: Luis Peralta, José Sánchez
Habilitado: Luis Argüello

Real Presidio de Santa Barbara:
Comandante
: Teniente Felipe de Goicoechea
Alférez: Francisco María Ruiz
Sargento: José Palomares
Habilitado: Felipe de Goicoechea

Real Presidio de San Diego:
Comandante
: Teniente José Font de los Voluntarios Catalanes
Teniente: Manuel Rodríguez
Alférez: José Luján
Sargento: Francisco Acebedo
Habilitado: Manuel Rodríguez

Fuerza Militar en Alta California en 1800

Presidio Oficiales Sargentos Soldados Artilleros Catalanes
Monterey 3 1 57* 5 8
S. Francisco 2 2 38* 5 25
S. Barbara 2 1 59    
S. Diego 4 1 57* 5 25

* Se incluyen los voluntarios catalanes.

Además de los soldados asignados de planta en los presidios, 14 voluntarios catalanes tenían otras destinaciones, ya sea en las misiones o como escolta del comandante. El total de la compañía en 1800 era de 72 soldados y tres oficiales: el coronel Alberni, el teniente José Font en San Diego y el alférez Simón Suarez en Monterey.

El número de plazas se mantuvo casi sin ninguna variación, como muestra el cuadro siguiente:

Presidio Soldados
1800
Soldados
1805
Artilleros 1800 Artilleros 1805
Monterey 57 60 5 4
S. Francisco 38 37 5 5
S. Barbara 59 61 0 0
S. Diego 57 58 5 5

Hay en la primera década del siglo un cambio en su composición. Los Voluntarios Catalanes que estaban al mando de Pedro Font desde el fallecimiento del coronel Alberni, fueron retirados de California en 1803 lo que redujo notablemente las filas. Por autorización del virrey, se inició una activa campaña de reclutamiento que resultó en la reconstitución de la tropa con nuevos elementos y en números iguales o muy similares a los anteriores como ha quedado demostrado en el cuadro comparativo. El decreto del virrey disponía de la creación de tres capitanes, 19 suboficiales y 65 hombres de tropa para lo que se destinó la suma de 23.915 pesos anuales. Esta medida benefició a Goicoechea, Carrillo y Argüello que fueron ascendidos a capitanes y a 19 soldados que ascendieron a cabos. Se completó el cuadro con gente del país sin necesidad de recurrir a reclutas de México.

Los cambios de oficiales fueron también muchos. Los hermanos Argüello, sin duda por disposición de su padre que les buscaba los mejores acomodos, fueron trasladados varias veces, causando a su vez, otros traslados. En general, los oficiales de este período son gente competente que sabe su oficio y que tiene cualidades de mando. Aparecen ciertas dificultades, agravadas por las relaciones familiares que como se ha visto, eran muy estrechas. Los antiguos oficiales salidos de la tropa como Carrillo, Ruiz, Goicoechea, Grijalava, Sal y Amador se retiran del servicio o fallecen en sus cargos. Sus reemplazantes son hombres jóvenes, mejores educados y con sincero deseo de surgir. Es el caso de los Argüello, De la Guerra, Moraga, Vallejos y Martínez. Todos alcanzaron a ser figuras prominentes del estado en los próximos 30 años.

El teniente coronel Pedro Alberni, veterano de la ocupación de Nootka, falleció en Monterey en 1803. Su hoja de servicios indica que era "casado, noble, catalán" y que había ingresado al servicio en 1759. En 1767 fue ascendido a sub-teniente. Vino a América en 1777 y se le destinó a Cerro Prieto. De allí pasó a comandante en Nayarit hasta que se le nombró comandante de Nootka en 1789.(1)

Con toda justicia debió haber sido nombrado gobernador en propiedad después de Borica. No se sabe que poderosas razones pesaron para no nombrar a este brillante oficial a un cargo para el cual era sin duda, el mejor preparado. Tenía, como ya se ha visto, una falta en su hoja de servicios, falta que no merecía el castigo que se le asignó ni las consecuencias que después tuvo; la causa del incidente fue el deseo de ayudar a sus soldados y hacer justicia. Alberni ejercía el mando por ser comandante de armas pero el mando de la compañía correspondía a Raimundo Carrillo. Ese mismo año, Carrillo conservó su rango y empleo en Monterey pero fue enviado a Santa Barbara como comandante a reemplazar a Goicoechea que era el más antiguo de los comandantes. El alférez José de la Guerra tomó el mando interino de la compañía hasta la llegada de Arrillaga que vino a radicarse en Monterey en 1806. Arrillaga traía consigo al teniente José María Estudillo que permaneció en Monterey como comandante de la compañía.

En San Francisco el nepotismo de los Argüello era manifiesto. José Darío Argüello entregó el mando a su hijo Luis en 1806 a tiempo que se le ascendía a teniente. El puesto vacante de alférez fue tomado por Gabriel Moraga que fue ascendido desde Monterey. El reclutamiento para San Francisco tuvo gran éxito pues la compañía alcanzó 70 hombres en 1807, la mayor en California. El capitán Argüello antes de partir recomendaba a su hijo Gervasio para sargento.

En Santa Barbara, Goicoechea se había desempeñado con éxito y a pesar de la recomendación negativa que Fages había dejado a su sucesor, probó ser uno de los mejores administradores. En 1806 ascendido ya a capitán se le nombró gobernador de Baja California y dejó el mando del presidio a Raimundo Carrillo. Goicoechea tuvo sus dificultades en Loreto donde se le imputaron varios cargos que refutó. Era un hombre alto y fuerte, jovial y muy querido por la tropa. Falleció en 1814 siendo todavía gobernador en Loreto.

A Carrillo se le asignó como alférez un joven capaz, inteligente y trabajador, era José de la Guerra y Noriega, natural de Alfor de Lloret cerca de Santander en Castilla la Vieja. Venía con buenas recomendaciones desde Monterey y México y que no defraudó las expectativas del comandante ni del gobernador. En 1807, Carrillo fue trasladado a San Diego y José Argüello tomó el mando de Santa Barbara como capitán. De la Guerra ascendió a teniente. Francisco María Ruiz servía como alférez hasta 1806 fecha en que fue enviado a San Diego. Para reemplazarlo se ascendió a un cadete de San Diego, José Joaquín Maitorena.

En San Diego se dieron algunas circunstancias extraordinarias que iban a causar acontecimientos igualmente desusados. Al partir Font, Manuel Rodríguez tomó el mando, pero fue a su vez nombrado habilitado general para las Californias con residencia en la ciudad de México. El capitán Carrillo de Santa Barbara que era todavía "teniente de Monterey" debía tomar su cargo, pero no teniendo a quien entregar el mando en ese presidio se envió al alférez José María Ruiz ascendiéndosele a teniente. Pero, se dio el caso que el teniente De la Guerra que había sido nombrado habilitado, en razón de su nombramiento anterior, era un poco más antiguo que Ruiz. Existía ya cierta animosidad entre los dos tenientes. De la Guerra era de familia distinguida, había llegado como cadete, tenía parientes y recomendaciones. Ruiz era hombre de la tropa que había surgido por su propio esfuerzo. Tenían también relaciones familiares, pues De la Guerra estaba casado con una sobrina de Ruiz.

La animosidad era aparente pero el 15 de marzo de 1807 De la Guerra dio una orden a Ruiz en tono abusivo enfrente de sus soldados. Ruiz se negó a ejecutarla. De la Guerra ordenó a los soldados que lo arrestaran. Pero antes que se diera siquiera la ocasión de cumplir esta segunda orden, Ruiz le dio una bofetada que lo tiró de espaldas y desafió a los soldados a que desobedecieran sus ordenes. El ofendido sacó su espada y se precipitó sobre Ruiz pero los soldados y el padre Sánchez que se hallaba presente, lo contuvieron logrando calmar a ambos contrincantes. La brillante carrera de De la Guerra casi termina ese día en San Diego.

Se trataba de un caso sumamente grave y Arrillaga ordenó al capitán José Argüello que levantara un sumario de investigación. El informe fue al gobernador y de allí a México. Arrillaga presentó un informe en que se destaca la disputa y no la falta de disciplina de De la Guerra. El gobernador proponía el retiro de Ruiz con el grado de capitán. De la Guerra contaba con la protección del gobernador y sus relaciones en la corte del virrey lo protegieron. Ambos oficiales recibieron una carta de amonestación.

Pero el asunto no paró allí y al hacerse cargo Carrillo hubo otras dificultades en las que se vieron envueltos todos los oficiales, Carrillo, Ruiz, Martínez, De la Guerra y ¡hasta el sargento Pico! Esta vez, Arrillaga optó por persuadir a Carrillo que arreglara las cosas en privado pues una investigación iba a terminar con serias consecuencias para todos. Carrillo era el suegro de De la Guerra y arregló los asuntos con bastante tino. Es de imaginarse que otra vez la culpa la tenía el belicoso teniente castellano.

El capitán Carrillo que también había ascendido de soldado en Loreto a comandante en San Diego, falleció en Noviembre de 1809. El virrey nombró a Ignacio del Corral del Regimiento de la Corona pero este oficial, probablemente impedido por el movimiento insurgente de 1810, no llegó nunca a California a ocupar su puesto. Ruiz asumió como comandante provisional ascendiendo a capitán en 1821 cuando oficialmente reemplazó a Corral como comandante en propiedad. José Luján, un oficial inepto, flojo sin espíritu militar, continuó como alférez hasta que Arrillaga, cansado ya de su inoperancia y fingidos males, lo envió a México en 1806.

Estado físico de los presidios entre 1800 y 1810

Es regla aceptada que las construcciones de adobe necesitan de constante mantenimiento y reparaciones para no desmoronarse con el tiempo. La humedad, la falta de solidez del material y generalmente la mala mano de obra, hacen de estas construcciones víctimas fáciles del mal tiempo y de los temblores. Ambas condiciones se dieron con abundancia entre 1800 y 1810. Una tercera debilidad fue la falta de mantenimiento. Ya se ha visto los constantes cambios de comandantes. Por muy buenas cualidades que tuviera el comandante accidental, no podía esperarse que actuara con la misma energía y constancia de un Goicoechea, un Fages o un Neve. La década en estudio muestra muy pocos períodos en que hubo comandantes de propiedad. San Diego pasó siete años con comandantes interinos; San Francisco, tres; Santa Barbara, cuatro.

En el invierno de 1802 un temporal de viento y lluvias torrenciales dañaron seriamente el presidio de San Francisco y el castillo de San Joaquín. Fueron especialmente estropeados los techos de tules. Reparados al año siguiente tuvieron que enfrentar una segunda serie de vendavales en 1804. El primer temporal de la temporada en noviembre, se ensañó con la batería de Yerba Buena. El viento derribó la empalizada y dañó en tal manera el resto de las construcciones que Argüello escribía al gobernador que creía necesario abandonarla y reconstruirla más hacia el interior de la bahía. El castillo de San Joaquín, cuyas paredes eran tan susceptibles a la lluvia, gracias a sus fundaciones de adobe, fue reparado después del viento de 1802, de manera que se levantaron tres muros de sólida piedra y el cuarto se cerró con una empalizada firme. Se construyó también una casa a unos doscientos metros del fuerte. Todas estas reparaciones las hicieron los indios cautivos de manera que el costo fue prácticamente nulo.

Langdorff que visitó San Francisco con Rezanov en 1806 encontró los edificios del presidio muy simples, pero se sorprendió al oir los disparos de saludos de la segunda batería que no había observado ni al pasar, ni al anclar. La encontró bien oculta y dice que podría haber dado una desagradable sorpresa a un visitante inesperado que se aventurase en esas aguas.

Arrillaga que llegó a San Francisco en esa época evacuó un informe al virrey en el que se queja del estado de los edificios. Sólo la casa del comandante está cubierta de tejas, los techos del resto son de tules. El cuartel no tiene muros adecuados, sólo techo y es imposible encerrar a nadie en el calabozo. En la batería de Yerba Buena no existe ni un jacal para albergar a los artilleros y las piezas de artillería, expuestas a los elementos están en mal estado. El castillo de San Joaquín necesita también reparaciones. De los 13 cañones con que cuenta el puerto, tres de 14 libras están inútiles y sólo cinco o seis pueden ser utilizados.

En Junio y Julio de 1808 se experimentaron fuertes temblores en San Francisco que dañaron la casa del comandante, destruyendo uno de los cuartos. Argüello alarmado de que nuevos temblores iban a causar algunas víctimas, escribió al gobernador, pero éste le contestó que reparara su casa para el invierno y no se preocupara de los temblores que no le iban a causar gran daño.

Hacia 1810 la ruina era de proporciones. El granero y cuatro casas de soldados estaban en ruinas. Otros edificios como la capilla, las defensas y la explanada del castillo estaban destruídas. Los cuartos para artilleros y el cuartel estaban en pésimas condiciones y malamente podían ocuparse. El comandante se quejaba además que el techo de la bodega era tan pobre que alguien había entrado y la había robado.

En Monterey, Alberni había costeado de su propio bolsillo la construcción de cuatro casas para que vivieran los soldados catalanes casados. Pero al parecer fue la única mejora. A fines del mismo año, falleció Sal de tuberculosis. El cirujano Pablo Soler ordenó sanear el aposento. Se descascararon las paredes y a todo el cuarto se le dio fuego con la ropa y las propiedades de Sal adentro. Por supuesto que se quemó también el techo. Las dependencias del comandante contaban con ocho cuartos y una cocina. No sabemos hasta donde alcanzó la acción purificadora del cirujano, pero no fue sino hasta 1802 en que el teniente Carrillo decidió emprender la reconstrucción de la casa del comandante.

En 1800 Carrillo describía el presidio como sigue:

Cuatro lienzos construidos de adobe y piedra y techados con tejas-110 varas cuadradas.

Hacia el lado norte están la entrada y puerta principal, el cuerpo de guardia, 3 piezas pequeñas a un lado y al otro dos bodegas grandes y una pequeña, dos ellas ya arruinadas, una pared está abierta y se está desmoronando en su base.

Lienzo que da al oeste, la casa del comandante con un cuarto, ocho cuartos pequeños y cocina, cinco con piso de madera, un cuarto para soldado, dos casas de oficiales y una para el cirujano. Todas necesitan ser reconstruidas pues se levantaron sobre los escombros del incendio que ocurrió en 1789.

Lienzo al sur. Hay nueve cuartos para la familia de la tropa, en el centro la iglesia. A esta hay que reconstruirla.

Lienzo al este, nueve cuartos para las familias de la tropa y uno adicional que sirve de herrería.

Estas dos paredes tienen también sus corrales de ocho varas cuadradas en muy malas condiciones.

Todos los techos del presidio necesitan trastejarse.

Si la reconstrucción del presidio no se ordena pronto el costo de la reparación será el doble y sus habitantes mientras tanto sufrirán del miedo y las inconveniencias. (2)

Este informe fue pasado al virrey en 1801 con la urgente indicación que había que reparar la capilla, pero apenas un mes más tarde en marzo, una tormenta tardía se llevó la puerta principal y en diciembre Carrillo pedía que se le permitieran fondos para construir más cuartos, mejorar el calabozo y reconstruir la bodega del desembarcadero que se había desplomado. Se le autorizó el gasto de 300 pesos para hacer estas reparaciones.

De la Guerra, tres años más tarde se limita a describirlo en más o menos los mismos términos pero sin hacer referencias a los daños y su ruinosa condición. Al parecer se hicieron algunas mejoras pues en 1806 la casa del gobernador contaba con vidrios en las ventanas y rejas de hierro.

En Santa Barbara al deterioro normal del presidio hubo que añadir el temblor de 1806 que dañó seriamente la capilla del presidio pero al parecer no hubo otros daños de importancia. El presidio se mantuvo en condición aceptable hasta el terremoto de 1812.

Según Bancroft, San Diego no presenta un sólo documento relacionado con reparaciones de edificios del presidio, caso inusitado cuando estos asuntos ocupaban un gran volumen de correspondencia en otros presidios.(3)

Es probable que el deterioro haya pasado sin ser notado por los interinos que lo comandaron durante el período. El temblor que dañó la misión el 25 de mayo de 1803 tiene que haber afectado al presidio.

Joaquín de Arrillaga en Monterey

A comienzos del siglo la situación en California era muy calmada y no se registran asuntos de importancia. En la soñolienta Loreto, Arrillaga daba ordenes que tardaban semanas y hasta meses en llegar a los presidios o pueblos. Alberni en Monterey no tenía grandes preocupaciones pues la parte administrativa no le correspondía y la actividad militar era prácticamente nula. El incidente de la Leyla Bird ocurrido en San Diego, el retiro de los voluntarios catalanes y el consecuente refuerzo de las compañías presidiales, la formación de una milicia de artillería son los principales acontecimientos militares de la década de 1800-1810.

Para todos los efectos prácticos la administración de las Californias se había divido en dos territorios. Pero en 1804 un real decreto confirmó oficialmente esta división. Antigua California tendría como capital Loreto y se extendería por toda la península cubriendo las misiones de los dominicos desde el Cabo San Lucas hasta un poco más al sur de San Diego. Nueva California era todo el territorio hacia el norte con capital en Monterey. El virrey comunicó a Arrillaga que se nombraría un gobernador para Antigua California y mientras tanto que ejerciera su autoridad en ambos territorios pero lo autorizaba para trasladarse a Monterey. En enero de 1806 llegaba el gobernador Arrillaga a su capital en Nueva California. Como ya se ha visto Goicoechea dejó el mando del presidio de Santa Barbara para hacerse cargo de la gobernación en Loreto.

Era Don José Joaquín Arrilllaga natural de Aya, Guipúzcoa donde había nacido de familia noble en 1750. No se sabe cuando vino a América pero sentó plaza como soldado en Sonora en 1777. Sus ascensos fueron rápidos pues al año siguiente ya era alférez y en 1780, teniente. Su comportamiento en las campañas contra los indios de la frontera norte fue ejemplar y se le nombró comandante en Loreto. Ya se conoce su gobierno interino sobre todo el territorio a la muerte de Romeu. Borica lo elogiaba en 1798 como hombre de conducta irreprochable, habilidad, experiencia, y valentía. Sus actos lo muestran como el mejor ejemplo del vasco austero, tenaz, sobrio y recto. Nunca se casó. A instancias de Borica pidió el cargo de gobernador en propiedad, recomendación que Borica endosó elogiosamente. Se llevó bien con los franciscanos y es el único de los gobernadores que recibió del guardián de San Fernando una carta de agradecimiento por sus servicios. Cuando ya, achacado por la vejez y las enfermedades, pidió al rey licencia para retirarse a España, la corte contestó que sus servicios en California eran indispensables y como premio se le ascendió a coronel de caballería en 1810. Fallecería en el ejercicio de su cargo en 1811 y se le enterró en la misión de Soledad envuelto en el hábito de hermano menor de San Francisco.(4)

Arrillaga informó al virrey del mal estado de los presidios y de la necesidad de mejorar la artillería. El nuevo virrey, Iturrigaray, contestó que enviaría un inspector y que mientras tanto debían edificarse edificios sólidos pero baratos, orden imposible de cumplir por contradictoria e impráctica. El gobernador entregó también unos Preceptos Generales para los comandantes en 1806 en que prescribe las operaciones de rutina para los comandantes de presidio, actitud hacia los indios, religiosos y otros asuntos rutinarios.

La tropa a comienzos del siglo XIX

Como ya se ha visto los cuatro presidios estaban organizados como compañías de lanceros: los soldados de cuera. Desde 1790 la organización de defensas costeras exigía artilleros expertos. Estos se distribuyeron cinco a cada presidio con un oficial que residía en San Francisco o Monterey. Al comenzar el siglo llegaron los Voluntarios de Cataluña, tropa seleccionada con gente de muy buena calidad y buen armamento. Los voluntarios--no sería apropiado llamarlos "catalanes" cuando para esos días sólo 7 eran de Cataluña-- relevaron a la tropa presidial de algunas labores rutinarias. Básicamente, la infantería guardaba los presidios y los castillos, cuidaba prisioneros y supervisaba labores de construcción. El correo, el servicio de escoltas, custodias, ganado, se mantuvo como el empleo exclusivo de soldados de cuera.

Después del ataque insurgente llegó tropa regular que consistía en la infantería de San Blas y un escuadrón de caballería. La infantería se acantonó en los dos presidios del norte, San Francisco y Monterey y la caballería en San Diego y Santa Barbara. El escaso número de artilleros se suplementaba con reclutas milicianos. En 1805 se envió desde México al alférez José Roca a organizar una milicia de artillería, en la que formó nuestro conocido soldado Romero. Se reclutó en los pueblos y al parecer se llegó a las 70 plazas. Se trataba de una unidad montada que quedó al mando de Roca por algunos años pero que no prestó servicios de importancia.

Al partir los voluntarios catalanes se produjeron muchas vacantes que fueron llenadas con hijos del país, vástagos de soldados y colonos que entraban gustosos al servicio del rey. Dice Vallejo en sus recuerdos que a veces se echaban suertes para ver quienes servían pero no nos indica si se trataba de reclutar a los ganadores o perdedores. Lo cierto es que no existió reclutamiento forzado para las compañías de lanceros. Los reclutas variaban en su edad desde los 15 hasta los 40 años de edad. Su nivel cultural era bajo, sólo 5 de los 90 postulantes sabían leer y escribir. En Monterey sólo 14 de los 50 soldados cumplían con el mismo requisito. Ya se les daría la oportunidad de aprender pues era requisito indispensable para ascender a cabo un conocimiento elemental de las letras. En estas escuelas los propios soldados pagaban al maestro cuando el comandante no alcanzaba a pagarle con los fondos de la compañía. Los hijos de soldados eran calificados automáticamente como "soldados distinguidos" con los privilegios que este título acarreaba. No se los podía exigir que ejercieran trabajos manuales y si esta labor fuera necesaria había que pagarles diez reales al día. Se dio el caso que Argüello en San Francisco no tenía los fondos necesarios y cuando los distinguidos se negaron a trabajar, los hizo arrestar. Pero el sistema no surtió efecto. Como el jefe de los distinguidos era su propio cuñado, la señora Argüello intervenía para dejarlos en libertad.

"Un examen detenido de la tropa--dice Campbell--indica que en general, era un grupo estable y responsable que no se parece mucho a la semblanza negativa que pintaron los padres misioneros".(5)

Para esta época dos tercios de los soldados estaban casados. Los que no habían llegado con sus esposas desde México, contrajeron matrimonio con las hijas de colonos o de otros soldados y hacia 1800 los matrimonios con indias son muy escasos. Como indica Campbell, es muy difícil mostrar un perfil de los soldados de los presidios, pues sencillamente no existen documentos sobre estos individuos.(6)

Están disponibles, los recuerdos y memorias de algunos inválidos que dictaron a pedido de Bancroft, sus recuerdos. Gracias a ellos podemos reconstruir la mundana vida del presidio. (7)

Estos recuerdos indican por ejemplo, gran discrepancia en cuanto a la disciplina y los castigos. En Santa Barbara el temor a un severo castigo era constante. En Monterey y San Francisco, los oficiales no usaban de las amenazas y los antiguos soldados no los mencionan con mucha frecuencia. Aún cuando había convictos entre los reclutas, los casos de insubordinación son raros y la disciplina del presidio era muy superior a la que reinaba en los tres pueblos. Los documentos existentes muestran un sólo caso en que se infligió la pena de muerte, el ajusticiamiento de Rosas, ya citado. Penas menores eran más frecuentes. Casos de insubordinación y falta de respeto a un superior podía resultar en dos meses de estadía en el calabozo. Un recluta que agredió a un cabo fue confinado a cuatro años de trabajos forzados. Era frecuente que un soldado que no se adaptara a la disciplina fuera enviado a San Blas o a la frontera de las Provincias Internas. Las pérdidas de equipo y vestuario en el juego eran frecuentes y los comandantes ordenaban periódicamente la confiscación de naipes, dados y otros artefactos para juegos de azar. Se castigaba con severidad a los culpables, pero como en el juego participaban también algunos oficiales, las medidas surtieron poco efecto.

En las Memorias anuales que el habilitado enviado a San Blas se pedían los uniformes necesarios. Hasta 1810 esta ropa se recibió normalmente y los comandantes exigían que la tropa se vistiera correctamente. Con el cese de estos envíos no fue posible reemplazar la ropa usada y desde 1810 el deterioro de los uniformes es total. Hacia 1821 era imposible distinguir civiles de militares. En vez de la chupa de paño azul, el soldado de caballería usaba una chamarra de gamuza, un mal sombrero y cualquier tipo de pantalón disponible. Ya se ha descrito el uniforme azul con vivos encarnados que debía usar el soldado de cuera. Se ha dicho que originalmente usaron un casco de cuero similar al morrión de acero medieval, pero hacia 1776 la tropa de la frontera usaba sombrero negro de ala ancha y Neve autorizó una pluma blanca. Los voluntarios de Cataluña se cubrían la cabeza con un casco de cuero negro. Se vestían con una chupa azul con vivos rojos y botones dorados. Los pantalones eran rojos y terminaban en ligas en la pantorrilla donde una media blanca cubría las pantorrillas hasta el zapato de cuero negro. Una bandolera de cuero blanco con cartuchera, completaba el uniforme.

El soldado del ejército regular, y los de cuera lo eran, sin duda, usaban el pelo largo trenzado en una coleta. Era también costumbre dejarse crecer las patillas cubriendo los carrillos. El soldado podía dejarse crecer la barba o el bigote a su voluntad.

Las armas no variaron en nada durante el período español. Neve había obtenido equipo de reemplazo y con excepción de las escopetas y las pistolas, el desgaste era mínimo. También era posible reparar y fabricar parte del equipo: sillas de montar, frenos, adargas, cueras, riendas y otros artículos de cuero, hierro o madera. Debido a las labores ganaderas en que participaban, hacia 1800 todo soldado había añadido un lazo o reata a su equipo. Eran éstos confeccionados de cuero trenzado, usando seis y hasta ocho hebras. Por lo general, se necesitaba el cuero completo de un vacuno para trenzar una "reata" de la que se enorgullecería su dueño.

En los presidios se mantenía un régimen militar bien organizado. Se recuerda por ejemplo, la costumbre de alertar al centinela durante la noche. El cabo o el sargento gritaba:

_¡Centinela de guardia!

y éste contestaba:

_¡De guardia está!(8)

Ya se ha visto que el soldado presidial ejercía varias labores que no eran precisamente marciales. Vallejo ha dejado la siguiente lista de ordenes para un día ordinario en el Real Presidio de San Francisco:

Guardia de presidio...................... un cabo, 4 soldados
Guardia en el castillo................... un cabo, 4 soldados
Imaginarias de la caballada.............. un cabo, 3 soldados
Guardia del Rancho del Rey....................... 2 soldados
Custodia Misión Santa Cruz................ un cabo, 5 soldados
Custodia Misión Santa Clara............... un cabo, 5 soldados
Custodia Misión Santa José................ un cabo, 5 soldados
Custodia Misión San Francisco .................... 4 soldados
Comisionado en el Pueblo de San José...........un sargento
Servicio de correos................................ 2 soldados
En el Real Presidio de Monterey....................1 soldado
Enfermos.................................... un cabo 2 soldados
Servicio General.. un sargento, un cabo, un cadete, 12 soldados

Los oficiales eran un capitán, un teniente, un alférez.

De acuerdo con el reglamento de Neve, los soldados debían hacer ejercicios militares a pié y a caballo, tirar al blanco y mantener su equipo. La mayoría de los comandantes se adherían estrictamente al reglamento y una vez a la semana se hacía una revista de ejercicios y los soldados debían mostrar el buen manejo de las armas de fuego. El Reglamento era exacto en cuanto a los metales. Debían recuperarse las balas, los sables quebrados, las puntas de lanzas. Donde fue posible, el tiro al blanco adquirió un uso práctico: la caza de animales silvestres. En San Francisco y Monterey los osos eran blancos preferidos ya que mataban el ganado. La tropa de San Francisco ejercitada por el capitán Argüello demostró tal marcialidad en una revista que Solá ordenó que viajara a Monterey a demostrar a la guarnición de ese presidio las formaciones y evoluciones de un escuadrón de caballería. Argüello había entrenado también a sus tambores de manera que a la marcialidad se unía el ritmo perfecto del batir de las cajas. Solá ordenó que se enviaran a San Francisco a todos los aspirantes para tambor de las compañías.

Los soldados casados tenían derecho a una habitación individual para su familia. Los solteros vivían en una cuadra común. El cuartel no servía comida. Cada soldado debía prepararse la suya con las raciones que recibía. Muchos solteros se "arranchaban" con algún compañero casado y compartían sus raciones que preparaba la esposa. Las raciones consistían en carne, maíz, trigo y otros granos como cebada o centeno. Casi todas las familias tenían o compartían vacas lecheras y las mujeres hacían queso y mantequilla.(9)

A pesar de la abundancia del trigo y el maíz las aves de corral se dejaban pastar en el patio o en el campo, no había gallineros. Las gallinas eran propiedad privada, los huevos eran de quien los recogían. Generalmente los niños y las muchachas jóvenes recolectaban huevos. Muchas familias criaban cerdos y pavos y no faltaron otros que con más dedicación criaron gansos y patos. Verduras frescas, tomates, elotes, cebollas y ajos crecían en las huertas individuales que cada soldado poseía. Cuando llegaban los paquebotes, el almacén del habilitado ofrecía azúcar blanca, panocha, arroz, cacahuetes, tamarindos, miel, chocolate y aguardiente.

Era común, según Amador, que se sirvieran dos desayunos. El primero, muy temprano en la mañana, consistía de chocolate con leche o atole. Más tarde se consumía carne, frijoles refritos, a veces pan y a veces tortillas de maíz. La comida principal se servía al mediodía: cazuela, sopas con arroz o con aves, pan y postres. Por la noche, a las nueve o diez se servía una última comida de frijoles y lo que quedaba de la carne. Todo se condimentaba con "chile", ajo y otros ingredientes. Dice Amador que las comidas eran iguales para todos, sólo variaban en la calidad del producto y en el consumo de alcoholes. El vino y el aguardiente eran demasiado caros para el soldado. Lo consumían sólo los oficiales y para fiestas o celebraciones, los soldados.

Los sueldos de soldados y oficiales variaron muy poco desde la promulgación del Reglamento de Neve hasta el cese del situado en que no se pagó nada. Cuando se pagaba, se retenía cierta cantidad. Existía un Fondo de Retención, pagadero al cumplirse el plazo de servicio; y un Fondo de Inválidos que contribuía en algo al pago de pensiones. Este fondo no era para oficiales que debían contribuir a su propio Fondo de Montepío. Por supuesto, que con la falta de situado desde 1810, los sueldos no se pagaron y los fondos no recibieron dinero alguno.

Los anglo-americanos en las costas de California

Como indica el historiador Caughey, la publicación del libro de Cook relatando sus aventuras en el Pacífico había abierto el interés por el comercio de las pieles.(10)

Ya Meares, Colnet, Gray y Kendrickd habían tenido sus dificultades en Nootka con las limitaciones que les impusieron las naves españolas. Pero viajes de gran éxito como había sido el de la Empress of China en 1784 indicaron el camino a seguir a los comerciantes de la Nueva Inglaterra. Fue así como las naves de Boston navegaron al Pacífico norte, se cargaron de pieles y rellenaron sus bodegas con madera de sándalo de Hawaii, cobre chileno y otros productos que podían vender en China, para volver cargados a Boston con exóticos productos del Oriente.

Pero pronto se dieron cuenta que las pieles eran tan abundantes en la costa de California como en la fría Alaska. En especial la costa del canal de Santa Barbara ofrecía excelentes posibilidades. Pronto los yanquis aventajaron a rusos e ingleses e implantaron sus sistemas de intercambio en el Oriente.

Estas naves, so pretexto de recoger leña y aguada, recalaron en los puertos de California y encontraron un fácil y rico mercado en productos que se vendían de contrabando. Fue el caso del bergantín Otter que en 1796 recogió leña y agua en Monterey y cuando el gobernador se negó a recibir unos polizontes que iban abordo, el capitán Dorr los abandonó en la playa. En 1799 recaló en San Francisco el Eliza y el Betsy en 1800 cargó agua y leña en San Diego. Como la vigilancia española era prácticamente nula, recuérdese que los buques de San Blas venían una vez al año, muchos mercantes cazaban nutrias y focas en la costa, comerciaban con los indios, anclaban en caletas aisladas e incluso varaban sus naves para carenarse en las islas de Santa Barbara o en Santa Catalina. Los californios, como se llamaban ya los del territorio, haciendo caso omiso a las leyes españolas, intercambiaban carne fresca, frutas, verduras, granos y pieles por los productos de la Nueva Inglaterra. Oficialmente los comandantes de presidio tenían que prohibir estos trueques, pero las ventajas eran tan evidentes que mucho fingieron ignorar lo que ocurría y otros hasta colaboraron en el comercio ilegal.

Pero hubo comandantes que se opusieron a este comercio. Fue el caso de Manuel Rodríguez de San Diego. Habiendo anclado el bergantín Alexander dentro del puerto a comienzos de 1803, para pedir ayuda de agua y leña, Rodríguez fue a inspeccionarlo con un piquete de soldados y descubrieron que llevaba abordo 500 pieles de nutria. Sabiendo que habían sido recogidas en California y sospechando que algunos de su gente habían vendido otras, las decomisó. Se descargaron los cueros y fueron a depositarse en el presidio. Ordenó al capitán del Alexander que saliera inmediatamente de la rada bajo pena de arresto.

Un par de meses después el 16 de marzo entraba el bergantín Lelia Byrd y pedía que se le suministrara madera, agua y provisiones, carne, sal, harina y pollos. Era propiedad de William Shaler y de Richard Cleveland que actuaba como piloto. Rodríguez sospechando que se trataba de otro contrabandista, subió abordo y al parecer fue tratado con cierta indiferencia por el capitán. Le insistió en que debía zarpar apenas cargara y que en caso de desembarcar, no debía acercarse al presidio. Para asegurarse de que sus ordenes se cumplirían, dejó un piquete de cinco hombres abordo.

El capitán Cleveland bajó a tierra y se enteró por conversación con los soldados de lo que había sucedido con el Alexander. Ni pensó siquiera en cuales eran las obligaciones de Rodríguez y trató de convencerlo que le vendiera las pieles. El teniente se negó a discutir siquiera el asunto con el yanqui. Pero Cleveland, creyendo que Rodríguez tenía su precio le ofreció más y más dinero, obteniendo siempre una rotunda negativa del honrado oficial.

Pero había otros en San Diego a quienes las leyes españolas les importaban un bledo y que hicieron arreglos para entregar pieles a Cleveland la noche antes del zarpe. Rodríguez inspeccionó el buque el 21 de marzo y le hizo ver al capitán que como estaba ya reaprovisionado, debería hacerse a la mar el día siguiente. Esa noche, dos botes se desprendieron del Leila Byrd diciendo a la guardia que iban a buscar un compañero perdido. El primer bote volvió a la medianoche pero el otro no regresó. A la mañana siguiente, Cleveland pudo observar que la tripulación del bote estaba prisionera en la playa. La gente abordo desarmó a los soldados, lo que no habla muy bien de la voluntad ni espíritu combativo del soldado presidial, y a punta de pistola desembarcó y rescató a sus compañeros, lo que no habla mejor de quienes los custodiaban.

Cleveland decidió escapar cuanto antes a pesar de que el viento era muy débil. Su narración dice:

Teníamos sin embargo, una desagradable y peligrosa tarea que ejecutar cuya fracaso nos llevaría a la ruina, además de someternos al tratamiento humillante de un enfurecido tiranuelo. Nuestra posición al ancla estaba a una milla del fuerte, del que ya he mencionado. Era necesario pasar a tiro de mosquete de ese fuerte. Con un viento fuerte una pasada rápida habría hecho del peligro algo insignificante, pero desgraciadamente teníamos con nosotros el último aliento expirante de la brisa de tierra, suficiente apenas para gobernar el barco; pasaría una hora antes que pudieramos franquear el fuerte; pero no nos quedaba otra alternativa más que ésta de temible aspecto.

Mientras nos preparábamos notamos que todo en tierra era movimiento y preparativos, gente a pié y a caballo iba al fuerte. Nuestros seis cañones de tres libras fueron puestos en la banda que enfrentaría el fuerte y nuestros quince hombres eran toda la fuerza para resistir una batería de seis cañones de nueve libras y más de cien hombres. Tan pronto como izamos las velas, levamos el ancla. Un cañonazo de fogueo se disparó en el fuerte e izaron una bandera española; al no notar efecto de este primer acto, dispararon un segundo cañonazo a proa. Ya entonces nuestra ancla estaba levada, nuestra velas extendidas y nos aproximábamos al fuerte. Con la esperanza de detener sus fuegos , pusimos a la guardia con sus uniformes en el lugar mas conspicuo; pero no surtió efecto alguno, ni cuando oyeron los gritos implorando que no dispararan y se echaron de bruces en la cubierta, a cada disparo renovado del cañón. Estuvimos sometidos a un cañoneo de tres cuartos de hora, sin contestar un tiro y afortunadamente con daños solo en el velamen y la cabullería. Al pasar frente al fuerte, varios tiros dieron en la obra muerta y uno causó un agujero que fue temporalmente tapado con estopa. Fue el momento de abrir nuestro fuego y a la primera andanada vimos a muchos, probablemente los que habían venido a ver el combate, escapar hacia el cerro detrás del fuerte. Nuestra segunda andanada parece haber causado el abandono total de los cañones pues no se nos volvió a disparar; ni pudimos ver tampoco persona alguna en el fuerte, excepto un soldado que parado sobre las aspilleras, agitaba su sombrero como si dejara de disparar.(11)

La versión dejada por Rodríguez no varía mucho en los hecho narrados por Cleveland pero sí en los motivos. Dice que sólo quería recuperar su gente. Cuando el sargento Arce le comunicó que lo desembarcarían, ordenó cesar el fuego. En esa posición estaba cuando el buque le disparó a boca de jarro al pasar frente a la batería. Ante el ataque, tuvo que reanudarlo pero que disparó una sola andanada pues no quería hundirlos.(12)

La investigación posterior por parte de Rodríguez resultó en el arresto del cabo José Velazquez acusado de recibir contrabando en intercambio de pieles de nutria. Velazquez, inocentemente, alegó que se trataba de simples intercambios de regalos. Rodríguez vendió el contrabando y las 40 pieles de nutria confiscadas y repartió el producto entre cuatro soldados que habían descubierto el contrabando.

Debe reconocerse la agresividad de Shaler y Cleveland en el Leila Byrd que siguió viaje al sur, recaló en San Quintín, reparó sus averías y volvió a la costa en busca de pieles. El "Pájaro" como se le llamó en San Diego no fue el último de los peleteros que entró en los puertos. Se ha dicho que 15.000 pieles del noroeste americano se comerciaban anualmente en China. El número exacto de viajes y buques es difícil de determinar ya que muchos no dejaron huella de su paso por California. Pero es evidente que fueron numerosos. Además de los ya nombrados, aparecen en los archivos nombres como Peacock, Hazard, Juno, Derby, O'Cain, Albatross, Dromo, Isabella, Catherine, Amethyst y otros. Hacia 1820 sin embargo, el comercio había decaído, la nutria estaba prácticamente exterminada, pero el período de bonanza había traído a California el comercio de productos nuevos, pero más importante aún, había dado al yanqui de Nueva Inglaterra una visión de California que explotaría con todo éxito durante el período mexicano.(13)

Las exploraciones al interior

Durante todo el período español los europeos controlaban sólo una angosta franja de tierra a lo largo de la costa. Sólo en la latitud de San Diego, se había explorado hacia el interior y ésto sólo como consecuencia de las rutas abiertas por de Anza. Fages se habían internado en los cerros detrás de San Gabriel y había alcanzado la base sur del valle central observando lo que creyó un inmenso lago de tulares. Los viajes de Garcés habían sido de increíble extensión y riesgo pero no habían contribuido nada a los conocimientos generales del interior. Neve había propuesto la creación de dos misiones hacia el interior de Santa Barbara. Sin embargo, nada se había hecho y faltaba una exploración sistemática del valle central de la provincia.

Arrillaga ya sea de muto propio o por instigación desde México ordenó una serie de expediciones destinadas a explorar el territorio desconocido, buscar posibles lugares para misiones adicionales y prevenir a los indios bárbaros de la prohibición de albergar a los fugitivos de las misiones. Las expediciones de 1806 fueron tres y tuvieron como origen San Diego, Santa Barbara y Monterey. Fueron patrullas en fuerzas de veinte o más hombres a cargo de un oficial, un sargento y un capellán. Todas debían llevar un diario, nombrar ríos, montañas y otros accidentes geográficos.

En Mayo de 1806 salía de San Diego la primera de estas patrullas. Iba a cargo del alférez Maitorena, con el padre Sánchez y con Pico como sargento. Estuvieron en campaña un mes. El diario de la expedición se ha perdido pero es posible que hayan seguido la cordillera intermedia y no se hayan adentrado en el valle de los Tulares, valle central del territorio. Reconocieron varias rancherías pero la captura de fugitivos se redujo a dos.

Ese mismo mes la expedición de Santa Barbara similarmente organizada con el padre Zalvidea como capellán y al mando de Ruiz, se adentraba resueltamente en el valle de los tulares. Este grupo cruzó varios ríos, bordeó una gran laguna cubierta de plantas acuáticas. Desde allí dió un rodeo hacia el sur divisando a la lejanía la gran Sierra Nevada. Bajando hasta el nacimiento del río, probablemente el San Joaquín, siguieron hacia el sur hasta volver otra vez hacia el oeste frente a San Gabriel. Habían explorado el territorio, conocido muchas rancherías que hablaban diferentes lenguas desconocidas. Fue imposible interpretarlos a todos, aún cuando llevaban tres intérpretes diferentes. Zalvidea creyó que podrían instalarse hasta tres misiones pero que un presidio era imprescindible por la aislación y lejanía del territorio y el crecido número de gentiles que lo habitaban.

La más exitosa de estas expediciones de 1806 fue la conducida por el alférez Gabriel Moraga. Nacido y criado en el territorio, hijo de un antiguo soldado, Moraga era hombre habituado a la vida de campamento. Reconocía inmediatamente los lugares de peligro, las mejores avenidas y los refugios naturales que ofrecía el terreno. Iba como capellán al padre Pedro Muñoz que llevó el diario de la expedición. Moraga abrió nuevas rutas saliendo de San Juan Bautista en septiembre, a fines del verano. Muchos de los arroyos estaban secos y avanzó por sus cauces. Cruzó el valle y el río que llamó San Joaquín, nombre que conserva hasta hoy y llegó a un lugar cenagoso donde pululaban las mariposas. Una de estas entró en el oído de un soldado lo que le causó una seria infección. Ya sea por este incidente o por el número de insectos el lugar se llamó Las Mariposas. Moraga siguió al pié de monte por el valle sin internarse en la Sierra Nevada. El terreno era desértico y seco y a los 60 o más kilómetros alcanzó un precioso río de aguas cristalinas con salmones y truchas y en cuyas riberas habían osos, berrendos y ciervos. En agradecimiento, se le llamó el Río de Nuestra Señora de la Merced. Muñoz declaró al lugar apto para una misión, a pesar de la escasez de indios. Moraga alcanzó un lugar que los indios llamaron Tualame y volvió al sur por el costado oeste del valle, cruzando las montañas y entrando al valle de la costa por San Gabriel. Había estado en campaña más de dos meses.

En 1808 volvía Moraga al valle central. Esta vez se dirigió al norte del San Joaquín siguiendo un gran río que llamó el Sacramento. Hasta entonces se había conocido el gran caudal de agua fresca que emanaba al norte de la bahía de San Francisco como el río de San Francisco. Aunque la composición de estas aguas no estaba todavía clara, se supo por lo menos de dos grandes ríos que la componían con sus afluentes, el San Joaquín desde el sur y el Sacramento desde el norte.

Moraga incursionaría una vez más acompañado del padre Viader en 1810 por el San Joaquín. Esta vez lo acompañaban treinta indios exploradores y pudo recuperar más de 20 fugitivos que fueron devueltos a las misiones. Una segunda expedición buscando posibles lugares para misiones no dio los resultados esperados. Moraga haría la última exploración de la década llegando hasta la bahía de Bodega.

California al término de la década 1800-1810

Los diez primeros años del siglo indicaban pocos cambios en la organización militar. Había 372 militares en 1800, incluyendo 60 inválidos. El retiro de la compañía franca de Cataluña en 1803 significó un incremento de tropa regular de 60 hombres. Fue así como en 1810 se contaba con 412 hombres incluyendo 95 inválidos.

Una curiosa campaña militar fue contra los osos en Monterey en el invierno de 1801-2. Estos animales se multiplicaron en la región de manera que constituían un serio peligro para el ganado e incluso los indios. En pleno día y a la vista de los vaqueros se comían el ganado. El comandante autorizó el uso de mil cartuchos de mosquete y así salieron al campo los soldados en apuesta campaña militar. Dicen haber matado más de cincuenta, incluyendo un ferocísimo bruto que se había comido cuatro mulas y seis vacas.

La fertilidad animal se había constituido en un problema. Los caballos amenazaban con convertir a los pastizales en tálamos y hubo de decretarse también una matanza de bestias de montura. Desde 1805 las tropillas de caballos constituyen un problema en los pueblos y los ranchos del rey. En San José, se determinó reducir a cada poblador a 25 yeguas y a sus caballos de trabajo o a unas 800 bestias para todo el pueblo. ¿Cuántos los había? No se sabe con exactitud pero se habla de 7500 animales ya exterminados a comienzos del verano y éstos no incluyen los del rancho del rey que estaba al sur de la ciudad. En Santa Barbara hubo que eliminar a 7200 caballos en 1808 y hasta la pobrísima villa de Branciforte aportó su cuota de caballos sacrificados. Monterey cerraría la década con una hecatombre de 3.302 bestias en 1810.

Por último cabe mencionar que las custodias de las misiones se mantenían en números más o menos constantes pero la monotonía de la rutina diaria debe haber sido ya melancólica. Como su obligación principal era proteger a los misioneros de posibles ataques de los indios, los soldados no tenían labores militares. No necesitaban más que de su presencia para hacer respetar al misionero. Para combatir el hastío muchos voluntariamente, tomaron el oficio de vaqueros de los franciscanos. Muchas de sus esposas o viudas ayudaban a los franciscanos en las misiones, como fue el caso de Eulalia Pérez. Era necesario mantener el orden de los neófitos durante las misas y se mantenía una guardia permanente durante la noche. El cabo o sargento a cargo del destacamento tenía además labores judiciales y dispensaba castigos por ofensas pequeñas, investigaba y enviaba informes periódicos a los comandantes de presidios.(14)

No era más entretenida la labor de custodia de pueblos. La guarnición militar estaba a cargo de un comisionado, un cabo o sargento, que representaba la autoridad del rey, paralela a la del alcalde. Tenía atribuciones judiciales similares al sargento de una custodia.

Se llegaba así a 1810, año crucial en la historia de los presidios que iban a encarar su más seria crisis en los diez años siguientes.

Notas al Capitulo Noveno

1. AGN, Californias, Vol. 9 fj.32. Otra, en Archivo General de Indias, México , 1446.

2. Citado por Howard, California's Lost Fortress, p. 40

3. Bancroft, California, II p.102

4. Bancroft, California, II, p. 205 dice haber tomado estos datos de sus hojas de servicio en 1791, 1795 y 1798. Este historiador considera a Arrillaga un tanto parco en sus informes y de falta de entusiasmo.

5. Campbell, "The Spanish Presidio", Journal of the West, p. 66

6. Campbell, "The First Californios", Journal of the West, p. 590.

7. Las descripciones de la vida en los presidios se basan en las memorias o recuerdos y otros manuscritos de los siguientes antiguos soldados o pobladores que se conservan en Bancroft Library:
Amador, José María, "Memorias sobre la historia de California"
Bonilla, José Mariano,"Documentos para la historia de California"
Gonzales, Rafael, "Experiencias de un soldado en California"
Osio, Antonio María, "Historia de California"
Romero, José María, "Memorias de un anciano"
Vallejo, Mariano G. "Documentos para la historia de California"

8. Eulalia Pérez, "Memorias" , p. 19

9. El queso manchego o su variación californiana se conoce hoy como "Monterey Jack Cheese".

10. Caughey, California, p. 172

11. Cleveland, Narrative, p. 210-221 y citada in extenso por Pourrade en San Diego II,p. 101

12. Rodríguez, Lo acontecido con tripulantes de la fragata Lelia Bird con motivo de la compra de nutrias 1803, manuscrito citado por Bancroft. I, p. 13

13. Deberá agregarse que la nutria tardó casi 180 años en volver a reaparecer. Hoy se le ve con frecuencia en la bahía de Monterey, pero no ha reaparecido aún en San Francisco ni en el canal de Santa Barbara.

14. Vallejo, Documentos XV, 1, 68, p. 104. Citado por Rosen, p. 99.

 
Prólogo Expediciones marítimas La expedición fundadora Primer Gobierno de Fages Felipe de Neve y su gobierno
Segundo Gobierno de Fages Gobiernos de Romeu y Arrillaga Los intentos de colonizar el noroeste Gobierno de Borica La primera década del siglo diecinueve
Los rusos ¡Ah, Independencia! Gobierno de Solá El año de los Insurgentes Los últimos años de gobierno español Bibliografía

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