CAPITULO SEIS
Gobierno de Romeu
Don José Antonio Romeu, teniente coronel de dragones, era natural de Valencia y había servido por años en la frontera. Junto a Fages, se había puesto bajo las ordenes de Neve durante la deslucida campaña contra los yumas. Viajaba a Monterey con su esposa, doña Josefa de Sandoval y sus hijas.(1)
No tuvo la oportunidad de entrevistarse con Fages pues éste había entregado el mando a Arrillaga debido a que su salud no le permitió viajar a la península. En marzo de 1791, Arrillaga, en representación de Fages, le hizo entrega del cargo y de los papeles, entre los cuales se encontraba la tradicional "Instrucción".
Existe una abundante correspondencia entre Fages y Romeu a través de la cual se puede distinguir una profunda y sincera amistad entre estos dos oficiales. Las instrucciones que le deja a su sucesor, son por lo tanto, bastante detalladas y contienen cierto aire familiar.
En su "Papel de varios puntos..." como encabeza la instrucción, Fages hace un resumen de las actividades españolas en California, justificando históricamente ciertas medidas que se ha visto obligado a adoptar. Por ejemplo, se pensaba retirar las custodias de los pueblos en dos años pero será necesario mantenerlas. Encomienda a Romeu velar por el bienestar y crecimiento de estas dos aldeas que merecen toda su atención.
Las misiones deben también ser objeto de permanente interés. Previene a Romeu del peligro que representan las enfermedades venéreas que han cundido entre los indios, para lo cual reitera las instrucciones de Neve en cuanto a evitar toda relación entre indios y soldados. Repite también la inutilidad de perseguir a los neófitos fugitivos.
El resto de las instrucciones refuerzan los puntos del reglamento y las instrucciones que recibió de Neve con respecto al correo, los soldados, el galeón de Manila y otros asuntos. Pero agrega que ha sido necesario prohibir la apertura de los bultos de San Blas hasta después del zarpe de los paquebotes para evitar los favoritismos y su mala distribución.
Le previene también de cuatro pobladores cuya conducta no es aceptable: el ya conocido Sebastián Albitre que vivía en Los Angeles y un tal Navarro del mismo lugar. En San José hay que cuidarse de Francisco Avila y de un desertor del galeón de Manila, Pedraza cuya incorregible y escandalosa conducta no ha podido remediar. No deja de recomendarle que cuide de sus huertos y plantaciones gustoso de que sea su amigo quien pueda disfrutar de sus cuidados y esfuerzos de fruticultura.
En una carta que le envía más tarde, hace un comentario muy interesante sobre el personal del real ejército. Recomienda como buenos oficiales a Arrillaga, Zuñiga y Argüello. Goicoechea le parece un tanto descuidado. González merece estar donde está: en la frontera. Curiosamente no menciona a Ortega que en los anales aparece como excelente oficial a pesar de sus dificultades con Soler. De los sargentos, no hay uno sólo que pueda servir de habilitado, aunque Vargas le merece confianza y sabe leer y escribir.
En cuanto a los frailes, cree que será imposible llevar buenas relaciones con ellos pues "son opuestísimos a las máximas del reglamento y gobierno".(2)
Si Romeu tenía grandes cualidades administrativas o de simpatía personal, no llegó a demostrarlas. Parece que enfermó al momento de embarcarse para Loreto. El estado de su salud indica problemas cardíacos: indigestión, insomnia, dificultades en la respiración y dolores insoportables al pecho. Tuvo que guardar cama y participar sólo en los más importantes asuntos de la administración. El 13 de octubre de 1791 llegaba a Monterey donde lo recibió el comandante José Darío Argüello que había reemplazado a Ortega en marzo de 1791. La documentación que ha dejado es escasa, breve y sin importancia. Destacan algunas comunicaciones muy amistosas con los franciscanos que indican un deseo de llevar buenas relaciones con ellos.
A comienzos de 1792 su salud empeoró en tal forma que el comandante del presidio, teniente Argüello, llamó a una junta de comandantes a la que asistieron Ortega, Goicoechea, Argüello y Sal. Se determinó que había que notificar a Arrillaga en Loreto. Ortega se quedó en Monterey en espera del inminente fallecimiento del gobernador para llevar la noticia inmediatamente a Arrillaga. A comienzos de abril, el cirujano Pablo Soler informó por escrito a los misioneros que vinieron a darle la extrema unción. Con el auxilio de la religión, fallecía Romeu el día 9 de abril de 1792.
El capitán José Joaquín de Arrillaga asumió el cargo de gobernador interino llegando a Monterey en Julio de 1793. Su llegada coincidió con una orden que separaba a California de las Provincias Internas para ponerlas, otra vez, bajo el mandato directo del virrey.
Arrillaga como gobernador interino, se limitó a la inspección de los presidios, a revisar las cuentas de los habilitados, tarea nunca fácil y a cumplir con algunas ordenes específicas del virrey. Entre éstas se encontraba la de mejorar las fortificaciones, lo que equivalía a crearlas pues en realidad no existían. Un segundo incendio en Monterey, en octubre de 1792 había causado daños, pero gracias a los techos de tejas construidos por orden de Fages, el fuego no se propagó.
Arrillaga mantuvo buenas relaciones con los franciscanos y se mantuvo apartado de toda disputa. "No introdujo reformas; no enfrentó desastres, como se consideraba un mero gobernante accidental y temporal, se contentaba con cumplir con sus labores de rutina hasta que se encontrara un reemplazante."(3)
La sociedad presidial
Desde la llegada de Neve en 1778 habían ocurrido algunos cambios que afectarían radicalmente la composición y por ende, el comportamiento de la tropa y sus relaciones con los pobladores civiles.
Neve había aumentado paulatinamente el número de los soldados y mejorado notablemente su calidad no sólo en el elemento básico, el recluta, sino en el entrenamiento, disciplina, alimentación y vestuario. En otros palabras, al entregar el mando a Fages, no sólo había entregado edificios sólidos, amplios y limpios, quienes los habitaban y guarnecían se comportaban más honrosamente, se alimentaban mejor y estaban más contentos. Fages, por el sólo hecho de que no vuelve a quejarse del soldado de cuera como lo había hecho en su gobierno anterior, debe haber estado satisfecho con los cambios.
Durante el gobierno de Fages habían ocurrido otros cambios. En diez años no se habían enviado a California tropas de reemplazo, lo que no quiere decir que no hayan llegado desde el norte de México hombres dispuestos a enrolarse en el ejército, pero éstos se incorporaron individualmente y no en grupos o "enganches" como había sido el refuerzo anterior de tropas. Una segunda y más numerosa fuente de reclutas, había provenido de la propia California. Eran los hijos o familiares de colonos y soldados que ingresaban a las filas.
Con el enrolamiento de los hijos y luego nietos de soldados, se dan hasta tres generaciones de militares californianos. Estas familias dan comienzo a una 'casta' militar que llega hasta el deterioro final del sistema militar bajo México: el desmantelamiento de los presidios y la dispersión de su personal.
Dice el profesor Campbell que a pesar de la relativa igualdad social y las relaciones familiares,la estructura social de California no fue nunca democrática.(4)
La primera capa social la constituían los franciscanos y los gobernadores españoles, seguidos de los oficiales, muchos de los cuales eran españoles de origen. Les seguían los soldados, los mecánicos o artífices y luego los pobladores y sirvientes. En el fondo estaban los indios y los pocos negros que vinieron de México.
Pero estos sectores tenían gran movilidad, como se verá más adelante. Era necesario encontrar esposas y debido a la distancia, éstas tenían que encontrarse dentro del territorio. Ya en 1778, Teodoro de Croix se había visto forzado a dispensar en la frontera norte, algunos de los requisitos que exigía la ordenanza. Muchos de los oficiales eran de castas impuras y les resultaba difícil encontrar mujeres con las condiciones requeridas: española, de familia de cristianos viejos, que no tuviesen parientes penados por la Inquisición, que tuvieran dote, y otras condiciones. Croix decretaba en un edicto que se hizo extensivo a California:
Reputo por matrimonio decente el que contraiga un oficial de estas provincias con mujer descendiente de familia pobladora u honrada, y me parece que teniendo cualquiera de estas circunstancias, podrá dispensarse la dote.(5)
Esta situación permitía a los oficiales casarse con hijas de pobladores, práctica que ya hacían los soldados. Otros se casaban con muchachas indias, haciendo las relaciones familiares muy complicadas. Si bien es cierto que los centros de población eran pequeños, limitando así el número de candidatas al matrimonio para cada soldado, los cambios, de presidio a custodia de misión o de pueblos, ofrecían bastante variedad de ambiente y amistades. El alférez Lasso de la Vega, hombre maduro que había ascendido desde las filas, pidió dos veces permiso para casarse y en ambas ocasiones le fue negado. La negativa se debía probablemente a su situación financiera antes que a la condición social de su prometida.
Se da el caso de Juan María Romero, cabo del presidio de Santa Barbara que era casado con Lugarda Salgado, hija de un soldado de Loreto. Su hermana, María Josefa era casada con el soldado José Salvador Caravantes, albañil que fue en la construcción del presidio. Santiago Argüello estaba casado con Pilar Ortega, hija de Francisco y nieta del capitán Don José Francisco Ortega. El abuelo había sido soldado analfabeto y el nieto sería gobernador. El capitán José de la Guerra estaba casado con una de las Carrillo, Doña María Antonia; Joaquín Ortega con Casimira Pico; José Darío con la sobrina del teniente Moraga; José F. Alvarado con Josefa Vallejo. La lista es interminable.
Hay otras familias cuyo encumbramiento social es notorio. También se elevan desde soldado analfabeto a gobernador, es el caso de los Vallejos. Otras, también con dos o más generaciones de militares, dan origen a conocidas familias de California por sus contribuciones y sus logros. Es el caso de los Alvarados, Argüellos, Carrillos, Moragas, Ortegas, Pico y los ya mencionados Vallejos. Otras han pasado a la historia dejando nombres a lugares geográficos: Alviso, Castro, Guerrero, Martínez, Pachecos y Sepúlvedas. Finalmente están aquellos pocos conocidos pero que la historia guarda su recuerdo en dos o más generaciones de soldados: Aceves, Bernal, Briones, Camacho, Cota, Espinosa, Gonzales, Ibarra, Leiva, Lugo, Olivera, Romero, Ruiz, Sanchez, Soto, Verdugo.(6)
Al parecer, no había dificultad en llenar las vacantes que ocurrían en el presidio, pues a juicio de un descendiente,"la vida militar era la más honorable a la que se podía aspirar".(7)
El hecho de que los hijos de los soldados, criados en California, ocuparan los puestos que dejaban sus mayores, contribuyó notablemente a mejorar la calidad humana de la tropa. Tenían mejor educación pues no faltaban las escuelas en los presidios. En Santa Barbara, por ejemplo, un soldado "inválido" ejercía como maestro y todos los soldados, tuviesen o no familia, debían contribuir al costo de la educación. Los dos gobernadores nativos bajo el gobierno mexicano recibieron sus primeras letras en la escuela de ese presidio. No descuidaba tampoco el gobernador la educación, pues Borica, enterado de que el maestro Manuel Vargas bebía en exceso, dio a Goicoechea ordenes de prevenirle de que no continuase con su mal ejemplo. Vargas había sido ya maestro en San José. Escuelas similares se habían establecido en San Francisco donde enseñaba el soldado Manuel Boronda que servía también de carpintero. Fue necesario reemplazarlo por uno de los artilleros antes de que cumpliera un año. El cabo Boronda tenía el mismo problema que Vargas y era frecuente dar asueto a los pupilos mientras el maestro se curaba de la "cruda" en el calabozo del presidio.(8)
En Monterey el soldado José Rodríguez desempeñaba la triple labor de carpintero, maestro y soldado.
El interés de Borica en la educación fue constante. Exigía que los maestros le enviaran los cuadernos de sus pupilos para comprobar y evaluar su progreso. Una vez completos, estos se entregaban a los soldados para usar el papel como tacos en los tiros de escopeta.
Por otro lado se ha observado que el número de soldados que sabía leer y escribir disminuía paulatinamente entre 1786 y 1794 y los datos que existen sobre la guarnición del presidio de San Francisco para esas fechas parecen comprobarlo. El alférez Pérez pedía que se le enviara un soldado que supiera leer para ascenderlo a cabo pues todos los soldados eran analfabetos. (9)
Pero hay que considerar que los mejores instruidos eran ascendidos a cabos y sargentos y hasta alféreces. Borica hizo un esfuerzo especial por instruir a los soldados exigiéndoles que estudiaran si querían pretender a ser cabos.
Con el establecimiento de una vida rutinaria en los cuarteles y el mejoramiento paulatino de las condiciones del presidio y la calidad de los soldados, los oficiales impusieron una disciplina más estricta. Esta condición se hace patente en los recuerdos y memorias de soldados. El antiguo soldado José María Romero, entrevistado cuando tenía más de 90 años en 1877 se quejaba de la disciplina aún cuando era soldado miliciano. Otro veterano entrevistado en 1878 declaraba que la disciplina en el presidio de Santa Barbara era dura, "lo que hoy podría considerarse cruel". La menor infracción al reglamento era castigada severamente. Y creía que en otro presidio se había fusilado a algunos soldados que se quejaban de la comida. Terminaba diciendo " la disciplina era rígida y reinaba la orden española de la pena de muerte y era extraño de que alguien estuviera con vida en las filas. Recuerda como estrictos disciplinarios a Ortega, Argüello, Carrillo y Gutiérrez. (10)
Ruiz, probablemente recordando tradiciones familiares, dice que los artículos de guerra españoles eran estrictos y castigaban con la muerte hasta pequeñas ofensas. En Santa Barbara los soldados hicieron saber al comandante de la Guerra a través del sargento que querían saber el estado de sus cuentas. De la Guerra los hizo formar y se paseó frente a la tropa preguntando quienes eran los desconformes. Como nadie le contestara les relató que en España había visto fusilar a unos soldados que preguntaron:"¿Tenemos que comer pan así?"
La estricta disciplina incluía pérdida de sueldo, trabajos forzados, cepos y azotes, carrera de baquetas y extensión del servicio, todo esto lo imponía el comandante que tenía jurisdicción absoluta en lo civil y criminal. Esta visión es un tanto exagerada ya que en la mayoría de los casos las penas debía confirmarlas el gobernador, la Audiencia de Guadalajara y a veces hasta el virrey. Pero lo importante es considerar lo que creían los soldados del cumplimiento de las ordenanzas en cuanto a disciplina. Al parecer no pasaba mucho más allá de amenazas y amonestaciones aludiendo a castigos más duros.
El único caso de la aplicación de la pena de muerte a un soldado, fue el de Rosas. La versión siguiente, un tanto novelesca, no se aparta sin embargo de la exacta realidad.
El soldado de cuera era el soldado de California. Se le llamaba así porque usaba un chaquetón o chaleco si se quiere, de cuero grueso. Protegía al soldado de la flecha indígena. El soldado de cuera iba armado de adarga, lanza, escopeta y sable. Era caballería pesada. El pobre Antonio Rozas era soldado de cuera. El malvado Albitre, que no podía dejar tranquilas a las mujeres de sus compañeros, también era soldado de cuera. A uno lo fusilaron y lo quemaron, al otro sólo lo reprendieron.
La falta de mujeres en California no se compensaba con el exceso de caballos. El sargento Ruiz fue sorprendido en la cama del cabo con la mujer de este. A Sebastián Albitre hubo que ponerle esposas para que no abusara de las indias. Se decía que una mujer en San Juan Capistrano había parido un perro. Y el Comandante Goycoechea, sintiéndose culpable del castigo impuesto al pobre Rosas, desesperaba, escribía a su coronel; "Como solo se castiga a los hombres amancebados, ¿que se ha de hacer con las mujeres que hacen gala de ello?"
Había que dar un castigo ejemplar a los soldados. Soldados españoles, esos que hermanan la religión y el deber. Pues ocurrió que en California abundaban los caballos pero escaseaban las mujeres. Fue así, como Antonio de la Rosa, soldado de cuera del Presidio de Santa Barbara, cometió un crimen nefando con una mula cuando estaba de guardia en la llanura de La Mesa. Dos muchachas indias informaron al comandante del presidio. El Comandante Goycoechea abrió inmediatamente una causa criminal contra el recluta de diez y ocho años. El Alférez Pablo Cota actuó como fiscal y el sargento jubilado José María Ortega fue su defensor. Antonio confesó su crimen y ofreció como una excusa que lo había tentado el Demonio. Cota exigió la pena de muerte. Ortega pidió clemencia ante el arrepentimiento de su defendido. En Julio de 1800 el caso fue enviado al Virrey. La sentencia, compuesta por el auditor de guerra, exigía que Rosas fuera ahorcado y su cuerpo quemado junto con el de la mula en quien cometió tan terrible delito. Goycoechea pidió al gobernador que se aplazara la orden del Virrey pues tenía poca gente debido a las enfermedades, pero el coronel contestó negativamente. El 11 de Febrero de 1801, ante la guarnición formada de Santa Barbara y a tambor batiente se llevó a cabo la ejecución. El padre Tapia administró los últimos sacramentos de la religión y recitó el oficio fúnebre con voz firme a la que contestó con igual entereza el condenado. Como no había verdugo, Rosas fue fusilado. El resto de la sentencia se cumplió en una gran hoguera. Nadie quiso dejar quemarse el cuerpo de un cristiano y sólo fue pasado por las llamas. El cadáver chamuscado del criminal fue sepultado, purificado por fuego, en el cementerio del presidio. La mula se quemó completa y el gobernador ordenó que a su dueño se le diera otra mula.
¡Ay que vida triste la de California! Lindo país, buena comida, pero pobreza extrema. Rara vez se pagaba a los soldados y cuando se hacía, había que devolver la mitad al habilitado, por adelantos, por ropas dadas por válido, por multas... No había mujeres y hasta las indias, esos seres miserables, sucios y desdentados, oponían resistencia a los soldados. ¿Y quién, por necesitado que estuviera, podía acercarse a una mujer así con fines verdaderamente amorosos? (11)
Como ya se ha visto los soldados casados vivían con su familia dentro del presidio, aunque algunos, especialmente en Monterey y Santa Barbara levantaron sus propias casas de adobes con huertas y pequeños solares que a la larga, darían nacimiento a las cuatro ciudades que crecerían alrededor de los fuertes. Decía Eulalia Pérez que antes de 1812, cuando ella y su marido, soldado del presidio de San Diego, vivían allí, todos la trataban con gran cariño y se la recibía en las casas principales con gran afecto."Aunque tenía mi propia casa, otras familias me hacían vivir con ellos gran parte del tiempo y hasta me ayudaban con los niños."(12)
Aún así, con guarniciones pequeñas, fuertes aislados y el diario convivir , la vida íntima, los vicios, malas costumbres y disputas familiares eran conocidas por todos. Era común en la frontera que los oficiales antes que dar el ejemplo se enorgullecían de sus amantes creando escándalo entre sus propios hombres.
La vida militar en California tenía muchas labores como la construcción, cuidado de ganado y otras que no eran por supuesto las de combatir o preparase para el combate. En 1795 el informe del Tribunal de Cuentas comunicaba al virrey que el soldado de California desempeñaba demasiadas labores ajenas a su profesión, era vaquero, labrador, correo, albañil y hasta carnicero.
La escasez de mujeres disminuyó un poco durante el período 1791-1800 pero para los solteros que no pretendían casarse, las indias y las mujeres de sus compañeros eran los dos únicas recursos disponibles. Como es de imaginarse, los archivos tienen numerosos casos de "relaciones ilícitas" que serían largos de relatar. Las medidas tendientes a suprimirlas surtían poco efecto. Una nota en Monterey copia la orden siguiente: "El cabo de guardia deberá asegurarse que todos los soldados del presidio asistan al rosario y que duerman en sus camas desde las horas señaladas y que nadie salga hasta la mañana sino en caso de extrema necesidad. Para este efecto se cerrará la puerta con llave."(13)
Neve había tenido que amenazar con la pena de muerte a quienes escalaren las paredes del presidio.
Ya se verá más adelante el caso del teniente Grajera, jugador, borrachín y mujeriego. En San Francisco aparece un caso similar. El soldado Mariano Cordero que solicitaba su traslado al presidio de Monterey porque "otro soldado insiste en enamorarle a su esposa lo que causa disputas familiares." Parece que no era tanto el soldado, pues un mes más tarde, su mujer Juana Pinto, trató de envenenarlo. Y en Santa Barbara el sargento Ruiz fue sorprendido en la cama con la mujer de uno de sus soldados. El soldado José Miguel Camacho, probablemente el que había sembrado el terror entre las indias del canal de Santa Barbara, queda como el más desesperado de estos hijos de Eros. Existen no menos de cuatro documentos en los que se le acusa de incesto en la persona de su hija "casada y acusada de prostitución." Ya Neve lo había reprendido por cometer incesto en la persona de su tía María Guadalupe. Curiosamente su caso se vio sobreseído dos veces. Primero la hija admitió haber buscado ella el incesto y luego, el comandante, probablemente cansado ya, dice que no tiene jurisdicción sobre el asunto. (14)
Goicoechea se quejaría al gobernador, "si se castiga el amancebamiento de los hombres, ¿que ha de hacerse con las mujeres que hacen gala de ello?" Pero en general, se trataba a la mujer con gran respeto. Dice Vallejo, que creció en el presidio de Monterey, que era muy mal mirado declarar su amor a la novia antes de consultar con los padres. Las solteronas eran escasas y en gran demanda. La que no se casaba, no era por falta de pretendientes.
Las bodas, ya fuera de soldados u oficiales, eran celebradas con gran pompa. Existía prácticamente un ritual muy acabado de hincarse frente a los padres antes de ir a la iglesia, de seleccionar el caballo de la novia, de quien llevaría a quien en la grupa de su caballo y otras peculiaridades. Pero lo más fastuoso era el banquete y fandango final que a veces se extendía por varios días. Pero había otras festividades. Los paseos campestres eran frecuentes. Las inauguraciones, ya fueran de edificios, fortificaciones o asunción de mando por parte de un gobernador o comandante daban ocasión a celebraciones militares, religiosas y sociales. Eran frecuentes las corridas de toros y las carreras de caballos.
El soldado que tenía tiempo libre por haber terminado sus obligaciones, podía cortar leña, cuidar sus animales privados, ayudar en la casa y practicar cualquier oficio por el que cobraba una módica suma. Los hubo carpinteros, maestros de escuela, zapateros, sastres, talabarteros y otras profesiones. Los voluntarios de Cataluña alternaban en su labor con los artilleros y en sus momentos de ocio paseaban por el presidio, según versión de Borica.
Existía también la milicia y en emergencias, como fue el caso de la guerra con Francia, se llamaron a las filas a todos los jóvenes disponibles. Si bien se les pagó el mismo sueldo que al soldado de cuera y se le dieron las mismas raciones, muchos de ellos lograron dejar el servicio fingiendo enfermedad. Fue el caso de Romero que relata en sus memorias como hubo de viajar a Monterey y pagar al cirujano para que éste lo "curara" de un pié. Relata también las contribuciones voluntarias que hicieron soldados y oficiales al fondo de guerra del rey.(15)
Croix reconocía también los problemas que presentaba el oficial de la frontera y que se aplican con casi igual criterio en California. El mejor oficial era el del país, humilde de nacimiento, tenía todos los vicios comunes y estaba emparentados con los soldados. Pero eran los mejores para la campaña de la frontera pues conocían el terreno, las huellas, polvaredas y humos de amigos y enemigos ya que aprendían el arte de la guerra desde niños. Eran además obedientes y gustaban de agradar a los jefes. Los antiguos soldados se refieren con cariño a ellos ya sea por lealtad o porque sentían por ellos un aprecio genuino.(16)
El oficial del ejército regular no era apto para soportar las fatigas que imponía la frontera, ni soportar el hambre ni la sed. Pero aquél que sabía adaptarse, sobresalía a todos. Fue el caso de Fages y Romeu que llegaron a gobernadores.
Existía también un tercer tipo de oficial en la frontera. Era de la clase de mercader o cajero que había comprado su empleo, pero éste tipo de oficial no aparece en la historia de California.
Para sentar plaza como "soldado distinguido" era necesario haber nacido en una familia decente y conocida. Pocas familias en California alcanzaban en un comienzo este calificativo. Se daba el título de "don" a todos los oficiales y sargentos. Pero curiosamente, a los hijos de soldados, ya se les calificaba aptos para recibir el título de "distinguido" y para postular a la plaza de "Cadete". Fue el caso de los Argüello, el padre es clasificado como "conocido" pero el hijo, en la misma fecha es "noble".(17)
Este grado requería que el candidato comprase su propio caballo y su equipo de manera que era necesario contar con algunos medios económicos más que moderados.
En un comienzo, los oficiales que surgían de California, era gente de tropa que se había distinguido por sus servicios en la campaña o en la organización. Soldados como Zuñiga, Ortega y Sal habían escalado peldaño a peldaño el duro escalafón militar. Pero, una vez que los hijos de soldados y de oficiales comienzan a enrolarse en las filas, en la década de 1790-1800, aparecen los cadetes, como Argüello, Vallejo y Carrillo.
Otro elemento importantísimo en el desarrollo social y económico de California, lo constituyen los soldados que terminan sus servicios. Aunque algunos retornan a México, otros se quedan en el territorio. Junto al presidio de Santa Barbara se levantó una Plaza de Inválidos donde vivían los soldados que habían cumplido con sus diez años de servicios. Otros van a vivir a los pueblos, como fue el caso de Lasso que se convirtió en maestro de escuela en San José. Otros obtienen mercedes de tierras en las que se les permite pastar ganado. Allí levantan primero sus jacales y luego casas solariegas. Manuel Nieto, José Peralta y Juan José Domínguez parecen haber sido los primeros en beneficiarse con este sistema. El ex-alférez José María Verdugo, poseía 64 leguas cuadradas de terrenos y cinco mil cabezas de ganado; José Francisco Ortega era propietario de el Rancho El Refugio en el canal de Santa Barbara. Castro, Berryesa, Alviso y muchos otros figuran prominentemente como grandes ganaderos y hacendados antes de la invasión que traería el descubrimiento del oro en 1848. Fueron los descendientes de los soldados presidiales los que formaron aquella aristocracia de efímera vida en el período mexicano.(18)
NOTAS al capítilo seis
1. Romeu había recibido un préstamo de dos mil pesos al 6% para costearse el viaje. AGN, Californias, Vol. 16, fjs. 1-33 contiene también su testamento.
2. Bancroft, California I p. 484
3. Bancroft, California, I,p. 504
4. Campbell, Leon G."The First Californios", Journal of the West, Vol. XI, Num. 4, pp.582-595. Es éste el único trabajo que analiza el impacto social del presidio en California.
5. Citado por Luis Navarro García, Gálvez y la comandancia de las Provincias Internas, p. 399
6. Esta lista no es de ninguna manera definitiva o completa. Hace falta un estudio de las familias de California que indique sus relaciones familiares. La lista de Bancroft, (California, I, pp. 732-744) aunque contiene algunas omisiones, habría de relacionarse con su "Pioneer Registry" que aparece en los tomos siguientes. Como se ha indicado en algunos tratados, (Cecil Robinson, The View from Chapultepec, por ejemplo), los escritores románticos norteamericanos, glorificaron la existencia de una California española, distinta de mexicana. Sin ir más lejos, José Vasconcellos en "La tragedia de California", expresa iguales ideas. Sin embargo, hay dos hechos que dan una medida de veracidad en esto de español: la primera son los Voluntarios de Cataluña; la segunda, los oficiales, Sal, Arguello, De la Guerra, etc. que si no españoles, eran criollos.
7. Russell Ruiz en "The Santa Barbara Presidio", Noticias, Vol. XIII, Number 4, p. 5
8. Argüello a Borica, San Francisco, mayo 29, 1797, Papeles de Estado, California, VIII, 199.
9. Pérez a Borica, San Francisco, diciembre 1, 1794, Papeles de Estado., California, VIII, p.244
10. Sin duda que la frecuencia de la pena de muerte es una exageración, pues sólo se encuentra un caso, el de Rosas que se relatará más adelante. Parece que la amenaza de la pena capital era frecuente ya que hay varias referencias en los recuerdos y entrevistas. Esta cita aparece en Florence Slocum Wilson, "The Gonzales-Ramírez Adobe", Noticias Vol. XV, Num. 4 p.2.
11. Versión inédita de Luis Mendiburu compuesta con los recuerdos de quienes fueron testigos de la ejecución.
12. Memorias de Eulalia Pérez de Guilllén, que se cree tenía 139 años en 1878 en Davis Dutton, Missions of California, p. 14-15.
13. Archivo Beilharz, Santa Clara University
14. Archivo Beilharz, copias del AGI, Guadalajara, Legajo I, 119 y 240. Este Camacho aparece por primera vez en documentos fechados en Noviembre de 1778.
15. Romero, "Memorias", p. 5
16. Véanse las memorias ya citadas de Gonzales y Ramírez, por ejemplo.
17. Las dos hojas de servico se encuentran juntas en AGN, Californias, Vol. 22, fjas. 34 y 35.
18. Véase el artículo de Campbell, ya citado.