En palabras de
Pigafetta, cronista de la expedición de Elcano, vamos a conocer el riesgo
más terrible de aquella travesía, una enfermedad cruel que atacaba
indiscriminadamente con estos síntomas:
" Les crecían a algunos las encías sobre los dientes - así los
superiores como los inferiores de la boca - hasta que de ningún modo les
era posible comer: que morían de esta enfermedad. Diecinueve hombres
murieron, más el gigante y otro indio de la tierra de Verzin. Otros
veinticinco o treinta hombres enfermaron, quién en los brazos, quién en
las piernas o en otra parte; así que sanos quedaban pocos."
Se
está refiriendo al escorbuto, la enfermedad de los navegantes,
sobre la que no se sabía casi nada. No se habían descubierto aún las
vitaminas ni su papel fundamental para la salud. Dada la carencia a bordo
de verduras frescas, de frutas o de jugos, los tripulantes no incorporaban
vitaminas a su dieta. Era curioso que, en muchos casos, la enfermedad no
atacaba a capitanes y oficiales, pues estos disponían de provisiones
particulares, lujos o golosinas (higos, uvas pasas, ciruelas, botes de
mermeladas o confituras) que contenían ciertas dosis de tan necesarias
vitaminas. El escorbuto causaba sufrimientos terribles, agravados
normalmente por la depresión que surge al conocer que no existe ningún
remedio, que la muerte es inevitable. Las encías se hinchaban de tal forma
que los dientes quedaban ocultos en una masa de tumores que producían un
hedor insoportable. Para aliviar el sufrimiento había que rajar el tumor y
vaciar el líquido negro y fétido de su interior.
Se enjuagaba la boca del enfermo con vino o con vinagre,
pero la enfermedad avanzaba y caían los dientes. Pasaba entonces la
infección de la boca a los miembros. Los tendones agarrotaban las piernas,
que se ponían negras, al igual que las nalgas, como si estuviesen
gangrenados; la única solución era hacer incisiones en los miembros
hinchados, para extraer la sangre putrefacta. Al llegar a esta etapa los
enfermos sufrían dolores terribles y, aun si pasaban un hambre espantosa,
les era imposible tragar nada, con lo que se hacía más dramática su
situación. La debilidad crecía gradualmente, y al final llegaba la muerte
al estallarles las venas o entrar en una crisis mortal de fiebre aguda y
delirios. Hubo que esperar hasta el S. XVIII para que se descubriese de
forma accidental el remedio definitivo contra el escorbuto: la ingestión
de frutas y verduras frescas, rica en vitamina C. En la lista de
enfermedades habituales del marinero existían otra que podríamos denominar
profesionales, propias de quienes pasaban muchos días a la intemperie,
vestían ropas mojadas, comían de forma irregular y a base de salazones, y
vivían hacinados, con lo que toda enfermedad contagiosa era compartida,
así como las enfermedades trasmitidas por los animales que iban a bordo.
Nos referimos también a las enfermedades artríticas y
reumáticas y a los desórdenes originados por ingerir líquidos en malas
condiciones de salubridad: el tifus, por ejemplo, atacaba al azar, y lo
propagaban gusanos que prosperaban en un cuerpo de escasa higiene y en
ropas y sábanas sucias. Citemos además todas las enfermedades de
transmisión sexual contraídas a bordo o en las escalas.
Entre
ellas, la sífilis, que, probablemente originada en América, viene a ser el
"regalo" que el nativo contagia al hombre blanco, a cambio de otros
regalos similares recibidos de él, como la viruela, el sarampión y otras
enfermedades víricas ante las que los indios no tenían defensas. La
sífilis procede del contacto sexual inicial, y llega a Europa con el
regreso de Colón en 1.493. Era molesta, dolorosa y de aspecto repugnante
debido a los chancros, pústulas y úlceras en el rostro y miembros. Las
curaciones eran difíciles. Dejaban al paciente mutilado, y, en sus
estadios finales, podía llevar a la locura o a la muerte. Pese a su
virulencia a principios del S. XVI -llegó a compararse a la peste negra y
se la tachó de castigo divino contra los libidinosos- luego perdió el
vigor inicial, quedando como una de tantas enfermedades habituales. En
caso de enfermedad, el boticario o
barbero de a bordo intentaba lo que buenamente podía, y aplicaba los
remedios o ungüentos con los que contaba. Si los enfermos llegaban a las
ciudades de las Indias, allí apenas si habían hospitales, o médicos, y la
eficacia de muchos medicamentos era dudosa. Veamos cómo actuaban los
médicos de la época en palabras del cronista y conquistador español Bernal
Díaz del Castillo:
" Con el aire que
le dio al Garay, que estaba de antes mal dispuesto, le dio dolor de
costado con grandes calenturas, mandáronle los médicos sangrar y
purgáronle, y desque vieron que arreciaba el mal le dijeron que se
confesase y que hiciese testamento."
Y he aquí dos ejemplos del
hallazgo de productos sustitutivos:
" Hallaron en
aquella isla una fruta tan poderosa para purgar que no es menester otro
ruibarbo."
Habiendo muerto una
perra, uno que tenía cierta indigestión…
"… queriéndose purgar,
lo hizo con un riñón de esta galga, teniéndolo en más que si se tratara de
una gorda gallina…"
El medio geográfico
adverso implica la presencia de nuevos y molestos animales. Dice el
cronista de Indias Cieza de León que..
"… como aquella costa es
tan enferma y los trabajos fuesen grandes, cada día se le iban muriendo
españoles y otros se hinchaban como odres. Tenían con los mosquitos su
continuo tormento y a algunos se les llagaban las piernas (…) Los enfermos
vivían muriendo, los que estaban sanos aborrecían la vida, deseaban la
muerte por no verse como se veían (…) Los mosquitos eran tantos que por
huir de su importunidad se metían entre la arena los hombres, enterrándose
hasta los ojos."
Citemos por último las enfermedades
profesionales de quienes emprenden aventuras por tierra, las que causa el
enemigo con flechas, lanzas y piedras. Gran parte del trabajo del
cirujano -que en algunos casos había
aprendido su oficio
en campañas militares de Europa- era extraer objetos, cicatrizar,
cauterizar, coser o cortar tejidos y miembros. Veamos el desarrollo de
una operación sin anestesia, sin higiene y casi sin medios. Se refiere el
cronista Alvar Núñez Cabeza de Vaca a un hombre herido en la
espalda:
" Yo le toqué y
sentí la punta de la flecha y vi que la tenía atravesada por la ternilla,
y con un cuchillo que tenía le abrí el pecho hasta aquel lugar, y vi que
tenía la punta atravesada y estaba muy mala de sacar; torné a cortar más y
metí la punta del cuchillo y con gran trabajo en fin la saqué. Era muy
larga y con un hueso de venado le di dos puntos; y se me desangraba. Y con
raspa de un cuero le estanqué la sangre."
Las prácticas de los
hechiceros o chamanes indígenas competían con las españolas ante
enfermedades que no tenían cura y que permitían toda ilusión. Hay
enfermedades extrañas, o desconocidas, que se atribuyen a la zona
ecuatorial como…
"…
amanecer hinchados los miembros encogidos veinte días y más y volvían a
sanar; sin esto les nacían a los más de
ellos unas
verrugas por encima de los ojos tan malas y feas como saben los que
quedaron de aquel tiempo. Como no supiesen cura para enfermedad tan
contagiosa, algunos las cortaban y se desangraban en tanta manera que
escaparon pocos de morir de los que hicieron."
Si el marinero o el grumete enfermo escapaba de la
muerte pero quedaba tullido, ciego, manco, artrítico, ¿qué futuro le
esperaba ? Pues uno bastante oscuro, dado que los marineros no disponían
de apoyo oficial de ningún tipo. Lo único que podían esperar es que el
capitán pagase los sueldos adeudados, o la parte del botín, y sobrevivir
con eso, o bien obtener un permiso para mendigar en España, o acogerse a
la caridad de la Iglesia. Queda, claro está, el recuerdo de la aventura,
el tesoro de vivencias… y el consuelo de la religión. Toda la vida es un
riesgo y tampoco quedándose en el pueblo podía uno estar a salvo de levas,
de guerras, de enfermedades, de desgracias...
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