La ruta habitual de
las Indias era un camino seguro, e incluso cuando los temporales desviaban
a las naves nunca faltaban alimentos. Los barcos iban tan repletos que en
ciertas instrucciones se recordaba que:
"Lo primero es que aveys mucho de mirar que los navíos que
llevades no vayan sobre cargados como suelen yr…"
Los colonos
esperaban los productos de clima templado que, a pesar de los intentos
iniciales, no prosperaron en los trópicos, desde el trigo a la vid o el
aceite de oliva… y los animales. La necesidad de trigo y vino estaba
también ligada a la religión, pues no podía celebrarse la liturgia de la
misa sin una hostia de harina de trigo y sin vino extraído de la
vid. Pero en los viajes de exploración a nuestras tierras, o a
consecuencia de tormentas, o accidentes, el hambre y la sed podían
convertirse en auténticos problemas. Pero, sobre todo, la sed. Los toneles
y barricas cargados de agua en las Canarias se agotaban, y el deseo de
encontrar tierra firme incluía también el deseo de encontrar agua potable.
Por ello son frecuentes los relatos como este de Lavar Núñez:
"Y
el agua se nos acabó porque las botas que hecimos de las piernas de los
caballos luego fueron podridas y sin ningún provecho (…) Al cabo ya de
estos treinta días, que la necesidad del agua era en extremo (…) vimos una
isla pequeña y fuimos a ella por ver si hallaríamos agua; mas nuestro
trabajo fue en balde porque no la había (…) Como había cinco días que no
bebíamos, la sed fue tanta que nos puso en necesidad de beber agua salada, y algunos se desatentaron tanto en
ello que súbitamente se nos murieron cinco hombres." La pesca, recurso que hoy puede parecer
inextinguible, no bastaba para alimentar a todos los pasajeros cuando se
agotaban las provisiones de bizcocho rancio o de tasajo podrido. Para
luchar contra el hambre, los exploradores españoles hacían de todo. Veamos
el siguiente episodio ilustrativo:
"Y porque los mantenimientos se
les habían acabado y en aquella tierra no los había, envió el navío con
los marineros y un capitán a la isla de las Perlas (…) el navío se detuvo
en ir y volver cuarenta y siete días; y en este tiempo se sostuvieron el
capitán y los que con él estaban con un marisco que cogían de la costa del
mar con mucho trabajo (…) Cuando el navío volvió con el socorro del
bastimento dijeron el capitán y los marineros que, como no habían llevado
bastimentos, a la ida comieron un cuero de vaca curtido que llevaban para
zurrones de la bomba y cocido lo repartieron."
Sobre todo se
buscaba carne fresca, a la que se atribuían propiedades casi milagrosas.
Colón explica a los monarcas:
" Desembarcados los mantenimientos
que iban en la armada que repartieron por todos (y la harina y los demás
iban ya corrompidos por la mar) comienza a caer la gente mala en tanta
manera que unos no podían curar a otros y ansí en un mes murieron
setecientos hombres, de hambre y de enfermedad de modorra (…) Y es cierto
que si tuviesen algunas carnes frescas para convalesçer, muy presto serían
todos en pie con el ayuda de Dios."
Y para
carne fresca, todo vale. Los únicos animales que se respetaban eran los
caballos, por ser valiosos instrumentos de transporte, de carga y de
guerra. Cuando había suerte y moría un caballo, el cronista solía
escribir:
"… y el caballo dio de
cenar a muchos aquella noche."
Para auténtica miseria, la que
sufrieron en la expedición de Magallanes que narra Pigafetta. Algunos
fragmentos resultan impresionantes. Cruzado ya el estrecho que comunica el
Atlántico con el Mar del Sur:
"… estuvimos tres meses sin probar
clase alguna de viandas frescas. Comíamos galletas: ni galletas ya, sino
su polvo, con gusanos a puñados, porque lo mejor habíanselo comido ellos;
olía endiabladamente a orines de rata. Y bebíamos agua amarillenta,
putrefacta ya de muchos días, completando nuestra alimentación con cellos
de cuero de buey, que en la cofa del palo mayor protegían del roce a las
jarcias; pieles más que endurecidas por el sol, la llucia y el viento.
Poniéndolas a remojo del mar cuatro o cinco días y después un poco sobre
las brasas se comían no mal; mejor que el serrín, que tampoco
despreciábamos. Las ratas se vendían a medio ducado la pieza y más que
hubieran aparecido." Por eso resulta comprensible que en caso
necesario se recurriese incluso al canibalismo. Hay pocos
testimonios en las crónicas, pero bastan para imaginarlo. Alvar Núñez cuenta que… "… cinco cristianos que estaban en un
rancho en la costa llegaron a tal extremo que se comieron los unos a los
otros, hasta que quedó uno solo que por ser solo no hubo quien lo
comiese."
El hambre aguza el ingenio de hombres y animales.
Veamos, por ejemplo, el episodio de unos españoles perdidos en las costas
americanas, que se salvaron de morir de hambre gracias a una perra que
encontraron en la tierra a donde llegaron y que se había escapado a un
español. Al ver a los náufragos, tal vez echando de menos a su
dueño…
"… los halagó con la cola saltando de uno a otro con las
patas delanteras y luego se fue al monte que estaba cerca y al poco rato
volvió cargada de liebres y conejos. Al otro día siguiente hizo lo mismo y
así conocieron que había mucha caza por aquellas
tierras."
Narra Bernal Díaz del Castillo la llegada a una isla.
Se habían quedado sin alimentos, pero unos indios de Cuba que iban en la
expedición lograron hacer fuego frotando palos secos. Luego…
"..
cavaron en un arenal y sacaron agua salobre y como la isleta era chica y
de arenales, venían a ella a desovar muchas tortugas, e así como salían
las trastornaban los indios de Cuba las conchas arriba; e suele poner cada
una de ellas sobre cien huevos tamaño como de pato; e con aquellas
tortugas e muchos huevos tuvieron bien con que se sustentar trece personas
(…) Y también mataron lobos marinos que salían de noche al arenal de la
isleta, que fueron
harto buenos para comer."
Y en la expedición de
Pizarro al Perú, narra Cieza de León: "Faltábales el mantenimiento,
que no daban a cada persona más de dos mazorcas o espigas de maíz para que
comiese en todo el día; y también tenían poco agua, porque no llevaban
muchas vasijas y carne no comían porque ya no la tenían (…) estaban muy
flacos y amarillos tanto que era gran lástima para ellos verse los unos a
los otros (…) y el cuero hacían pedazos teniendo en agua todo un día y una
noche lo cocían y comían con los palmitos (…) y entre las montañas
hallaban unos bejucos en donde sacaban una fruta como bellota que tenía el
olor como de ajo y con hambre comían de ellas. Cuando llegaban los
refrescos, tenían en más el poco mantenimiento que en el venía que a todo
el oro del mundo y así (…) los que estaban enfermos como si estuvieran
sanos se levantaron, porque, y es gran verdad, al hambriento no se puede
remediar si no es con hartarlo." Es cierto que comer plantas o
productos desconocidos puede ser peligroso, porque como cuenta Cieza de
León: "… hallaron una uvilla que parecen morunos (…) Los más
metieron tanto la mano en comer que sin mucho se torcían furiosamente,
caían en al suelo sin sentido, haciendo tales bascas y tremor que parecían
estar difuntos." Pero, en general, los españoles dan la
impresión de ser bastante torpes, incapaces de sobrevivir con los recursos
del medio, o de cambiar de
mentalidad y abandonar las nociones europeas de lo que es comestible y de
lo que no lo es. En cuanto al cálculo de las raciones necesarias, en la
expedición de Vasco de Gama a la India en 1.498 se prepararon suministros
para abastecer a una tripulación de 180 personas durante tres años, es
decir (por hombre y por día): media libra de bizcocho, una libra de carne
de vaca o media de carne de cerdo, dos pintas y cuarto de agua, pinta y
media de vino ( la pinta equivale a unos 47 cl.), la sexta parte de una
pinta de vinagre y la cuarta parte de aceite. En días de ayuno recibían
media libra de arroz o de bacalao, o de queso, en vez de la carne. Más de
un siglo después, en la expedición de Fernández de Quirós a las islas del
Pacífico, la ración diaria por tripulante era de libra y media de
bizcocho, una libra de carne, dos onzas de tocino, una de garbanzos y
media azumbre de agua.
"Los días de pescado (los de
ayuno) se les dará un tollo (especie de tiburón o marrajo) y si fuere
grande, la parte, seis onzas de garbanzos, una media de aceite, otra de
vinagre, y su pan y agua como en día de carne, y cuando no hubiere tollo
se dará cuatro onzas de queso."
© Copyright
2000 Nautigalia, S.L.
Todos los derechos reservados. Aviso
Legal |